Lectura de Marzo » Cárdeno Adorno» de Katharina Winkle
Katharina Winkle a golpe de poesía nos lleva de viaje a un mundo donde la violencia machista está normalizada y adorna a sus mujeres con cárdenos de distintos colores.
Winkler narra la historia con frases cortas y punzantes, no es una lectura agradable, se te puede encoger el corazón con cada golpe con cada sus “cárdeno adorno” nos sacude, nos llena de dolor.
El destino de miles de mujeres en todo el mundo parece condensarse en esta poderosa novela «basada en hechos reales».
La historia de Filiz, nacida en un rebaño, como ella misma cuenta “Somos rebaño y pastores al mismo tiempo. Nos cuidamos unos a otros”, cuidan los corderos, se protegen de los lobos, se cuidan entre ellos y la madre los protege del padre. «El honor del padre es lo más importante.» Las jerarquías ancestrales siguen ejerciendo una violencia interna, inhumana. Con gran delicadeza, Cárdeno adorno evidencia el espanto de tantas niñas y mujeres ante sus verdugos –que a menudo son sus propios padres, abuelos, maridos, hermanos…–, ante la dominación masculina violenta, basada muchas veces en la tergiversación de conceptos como el amor, la religión o el honor.
En nuestro valle viven cien mujeres cárdenas.
Hay mujeres de cárdeno claro, como la madre de Necla, y mujeres de cárdeno oscuro, como la madre de Fidan; hay mujeres rojicárdenas y mujeres negricárdenas.
Hay mujeres que llevan su cárdeno alrededor del cuello, como un aro, o en el hueco bajo el cuello, cual medallón; algunas llevan su cárdeno como una pulsera en la muñeca, otras alrededor del tobillo.
Muchas mujeres cambian el cárdeno adorno de semana en semana, algunas de día en día. Unas sonríen siempre, a pesar de su cárdeno adorno, como Leyla, otras callan cárdenamente, como Zehra.
Las mujeres de cárdeno claro pueden convertirse en mujeres de cárdeno oscuro, y las rojicárdenas en negricárdenas. Las cárdenas oscuras pueden convertirse en cárdenas claras, pero eso ocurre rara vez, y las que llevan el negricárdeno, como Ayşe, ya no sueltan el pesado color.
Hay mujeres cuyo cárdeno adorno nadie conoce, mujeres que lo esconden bajo largas vestimentas, bajo el paño; por lo general son muchachas cárdenas, como Elif y Selin, que todavía llevan su cárdeno inseguras, como un primer pintalabios.
El cárdeno adorno de las mujeres lleva la caligrafía de los hombres. La herramienta, madera o hierro, y la cantidad de los golpes determinan el matiz del cárdeno.
Las mujeres llevan color de cielo. De cielo de verano veteado de nubes, de gélido cielo de invierno, de cielo tornadizo de primavera, de ceniciento cielo otoñal, de crepúsculo, de arcoíris.
Songül es la única inceleste y sin cárdeno. Donde ella aparece, la conversación enmudece.
¿Qué se ha de hablar con la inceleste?
Se pasea por el pueblo con piel impecable.
Las mujeres la esquivan, ninguna palabra, ningún saludo para la inceleste. ¡Mírala!, dice mi madre, acariciándome el pelo con su mano negricárdena, no es ni lista ni hacendosa. Y sin embargo, ¡no tiene un solo cardenal!
Ésas también existen, dice, por desgracia
Cuando sea mayor, seré una mujer cárdena.
Confío en un matiz cárdeno claro como el cielo invernal.
………… Estoy de pie en el establo, entre las vacas, en un puesto de ordeño vacío, las manos en la barra de hierro. Detrás de mí está Yunus, con la horca del heno en la mano. Me pega con el mango de madera. Los golpes son sordos. La madera suena sorda. Dentro de mí. Yunus pega cada vez más fuerte. Cuando se le acaban las fuerzas, golpea con las púas de la horca metálica.
Me desplomo hacia delante. Quedo colgada sobre la barra de hierro. Vomito en el suelo de hormigón. Las vacas se mueven inquietas, se apretujan hacia las paredes del establo. Avanzando por mi espalda, mi nuca, mi cabeza, los golpes llegan a mi cara. Mis ojos están inyectados, vetas rojas en el blanco desmayado, como el mármol. Inyectados y ciegos.
Estoy acostada en la cama. Quiero girar la cabeza, pero no puedo.
A mi lado, Yunus. Llora. Debe de haberme descolgado de la barra como ropa puesta a secar, debe de haberme doblado para poder cargar mejor conmigo. Está de rodillas junto a la cama, me toma la mano, y los remordimientos brotan de su boca como un reguero constante.
¿Por qué?, pregunto.
¡Nunca debes levantarte contra tu marido!
Yunus vierte el sufrimiento en mi mano. Mi mano está cárdena, renegrida bajo las uñas.
¡Te quiero, Filiz! ¡Perdóname!
Los ojos de Yunus son verdes del río. Es mi marido.
Todo se arreglará, Yunus. Me curaré.
Filiz deseará morir en más de una ocasión sin que a nadie le importe, Filiz se caerá y se levantará mil veces. Su llanto es un llanto universal, el llanto de todas las mujeres maltratadas.
Filiz está humillada, achantada, acobardada, anulada, pero empezará a darse cuenta de que tiene que luchar y que su lucha tiene que ser silenciosa.
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